Bogotá Imaginada

Imagine un pueblito tropical en medio de una selva más o menos densa, donde el calor, la humedad y el sisear de las serpientes ponen la sangre alegre y jacarandosa; una mezcla de Beirut y la Habana donde los papagayos vuelan de palmera en palmera y anidan sobre los techos de paja de las malokas, en las que, perezosos, duermen plácidos sobre hamacas los parientes de Juan Valdez. Un poco como Macondo pero con todoterrenos. Capital irrisoria de un país de juguete que nace en una mente alimentada con películas de mafia gringas, en las que duermen tigrillos en el patio como mascotas junto a las matas de coca que cuida la abuela.
Vale, no es así. Pero en la realidad, Bogotá no es menos fabulosa o exótica que esta, que ha sido tantas veces retratada en el cine. Imaginarse a Bogotá es difícil porque son muchas y muy diversas y contradictorias y todas son reales; una ensalada de lugares comunes que pueden encontrarse en muchos sitios pero casi nunca tan juntos ni mezclados. Sigamos imaginando. Piense ahora en un lugar donde siempre es otoño, una ciudad lluviosa y de cielos purpúreos sin estaciones ni cambios horarios. Una megaurbe de ocho millones de habitantes, rápida, intensa y donde cohabitan proyectos urbanísticos de alto pensamiento o eventos culturales de participación masiva con carros tirados por burros y escenas de penosa miseria en las que hay niños que viven debajo de un puente pidiendo limosna. Una Bogotá increíble, que vive paralela y feliz, con altos grados de civilización en cuanto a cultura ciudadana y padeciendo un dolor que se supera rápidamente e incluso se olvida. Ciudad maravillosa encaramada en los Andes, cuyo punto de referencia son las montañas, no una estrella, ni un río. Por supuesto (oh sorpresa!) no hay mar. Coctelera donde, después de cinco siglos revolviendo sangre indígena, española, árabe, negra y de otras europas, somos tan mestizos que la palabra se queda corta.
Fundada por un cordobés que los granadinos reclaman como hijo suyo (o al revés) hace casi cinco siglos, la historia de Bogotá está llena de contradicciones desde el principio. En nuestras tierras se gestó la leyenda de El Dorado, pero los ríos de oro no han aparecido; eso si, tenemos un Museo del Oro que es una auténtica gloria. Las primeras casas se hicieron pensando en los pueblos blancos de La Alpujarra, pero a 2600 metros del nivel del mar el resultado final ha sido distinto como era de preveer. Luego la ciudad fue creciendo y creciendo, pasando de menos de 100.000 habitantes a finales del siglo XIX hasta lo que es hoy (300 nuevas familias llegan cada día a Bogotá desplazadas por la violencia en los campos del resto del país). Tenemos un barrio inglés que no fue nunca habitado por ingleses pero en el que está el cementerio judío en el que no se entierra a nadie desde 1960 (yo lo interpreto como que en nuestra ciudad los judíos no se mueren. ¡Visitadnos!); otro barrio, el mayor de todos, se llama Kennedy y ese si lo habitó el mismo JFK (el día de la fundación); y a la Plaza España es mejor no ir. El célebre Le Corbusier diseñó nuestro plan de crecimiento urbanístico en 1950; imaginaba una ciudad ultraordenada, con cientos de sus "máquinas para vivir" y zonas de uso bien diferenciadas (residenciales, industriales, comerciales, etc). Perfecto si hubieramos sido suizos y no colombianos. No funcionó. Del "caos" de los setenta y ochenta hemos pasado al "mucho mucho menos caos" de ahora. Más de 120 kilómetros de carril bici, grandes parques dentro de la ciudad, y un sistema de transporte público que sin ser modélico, funciona razonablemente bien y eso ya es bastante. Con frecuencia organizamos festivales de jazz, rock o teatro que siempre son un éxito de público. Y nuestra feria internacional del libro es mundialmente reconocida (entre los seguidores de ferias internacionales del libro). Hay dos platos estelares en el currículum gastronómico bogotano. El primero es el ajiaco, una sopa espesa de pollo, tres tipos de patata, mazorca, alcaparras y guascas (como bien ignoráis, la guasca es una hierba que sólo se cultiva en la sabana de Bogotá y no sirve para nada más que para hacer ajiaco). El segundo es el postre de natas que pese a su poco apetecible nombre y su poco apetecible aspecto (si, se hace con natas) es la quintaescencia de lo dulcito en América.
Cambiante, alegre, optimista y todo lo contrario. Intensa, peligrosa, moderna y civilizada dependiendo de con que se compare. Desde luego diferente y definitivamente sorprendente, incluso para los que la habitan. Esto es posiblemente lo mejor que puedo decir de Bogotá. Es cierto que Bogotá figura en la lista de sitios a los que no ir; no es menos cierto que no hay que creer todo lo que ponen en esas listas. En todo caso sabemos que cuando llegue el momento, Bogotá estará abierta y despierta, esperando sorprenderos a vosotros también. Confiemos en que hayan terminado las obras entonces (si, como cualquier ciudad del mundo padecemos también las obras mientras se ejecutan y las disfrutamos en el entretiempo que nos dan antes de empezar otras obras nuevas).
Todos somos diferentes pero los lugares de procedencia comunes nos emparentan. Eso es porque somos un poco el sitio del que venimos. Y cuando nos movemos vamos dejando, allí donde vamos, trozos de nosotros mismos. Esto que significa? Pues que hay cientos de miles de trocitos de Bogotá en las calles de Barcelona, Madrid, Valencia o Bilbao. Por eso cuando visite Bogotá encontrará muchas cosas que le resultarán familiares. Puede que hasta caritas sonrientes de rasgos raciales bien marcados con un pícaro monito al hombro.
·W·


9 comentarios:

Anónimo dijo...

W, me ha encantado !!!!! La verdad es que nunca había imaginado Bogotá y ahora lo que tengo, son ganas de ir........
Magnifico video........

ASM

Anónimo dijo...

me ha encantado el texto y las fotos. Pero me he llevado una sorpresa: nunca pensé que siempre fuera otoño.
Una curiosidad, quien fue el cordobés que la fundó???

Atimo

Maria Luisa dijo...

Que bonito lo cuentas, y que preciosas fotos.
Seguro que necesitas volver de vez en cuando ¿no?
Que suerte para nosotros que vivas en Madrid...
Un abrazo
ML

Anónimo dijo...

QUE BOGOTANO O BOGOTANA PUDO ESCRIBIR ESTO?, SOY OTRA BOGOTANA Y ME GUSTO MUCHO LA DESCRIPCION DE MI CIUDAD, PERO LA VERDAD BOGOTA ES UNA DE LAS CIUDADES MAS DIFICILES PARA MI DE TRANSPASAR A UN ESCRITO, BOGOTA HAY QUE VIVIRLA, UNA VEZ ESTAS ALLA, TE ATRAPA. LOS ESPAÑOLES Y ESPAÑOLAS SON ADORADOS ALLA.
MUY BUEN ESCRITO, GRACIAS.

Anónimo dijo...

W, magnífico. Nos vamos todos a Bogotá. No lo dudes!!!

Anónimo dijo...

Muchas gracias a todos por los comentarios, que sorpresa más agradable me he llevado esta mañana. Atimo, el fundador de Bogotá es el cordobés de origen granadino (o viceversa) Gonzalo Jiménez de Quesada, conquistador quijotesco sobre cuya vida se podría escribir un artículo entero. A Bogotá regreso físicamente cada cierto tiempo regreso para recargar las baterías emocionales; pero en realidad estoy yendo y viniendo permanentemente a través de la memoria.
Como bien dice la chica bogotana que ha dejado su comentario, los españoles son muy queridos y bien recibidos allí; espero que algún día os animeis. Eso si, llevad paraguas.

Anónimo dijo...

De verdad que me encantó.Bueno y eso que le queda todo aquello que es indescriptible con palabras y que solamente se puede conocer con el disfrute de los dias.
Que feliz me hace ver que la gente se goza mi ciudad como yo me la he gozado toda mi vida.

Un abrazo

Natalia

Anónimo dijo...

EL UNICO PROBLEMA DE BOGOTA, ES LA ARROGANCIA DE SUS HABITANTES RESPECTO AL RESTO DEL PAIS...
SUS POLITICOS SU CENTRALISMO...

Anónimo dijo...

Una amiga española cada vez que venía a visitarme a Bogotá me preguntaba: ¡Qué clima está haciendo en Bogotá?

- Mi respuesta siempre era la misma: ¿A qué hora?