Cuando el subcomandante Marcos dejó la universidad para salir de excursión, muchos situaron Chiapas en el mapa. Bastante antes, Fray Bartolomé de las Casas encontró en estas tierras su inspiración. Pero los primeros en disfrutar del embrujo chiapaneco fueron los mayas.
Pocas civilizaciones son consideradas originales, es decir, surgidas sin influencias externas. En el viejo mundo, identificamos, Egipto, Mesopotamia, el valle del río Indo y la cuenca del río Amarillo. En América, la región andina y Mesoamérica. Dentro de esta última, sobresalió la cultura maya.
Chiapas ilustra el esplendor y la decadencia maya. El esplendor es visible en Palenque, Bonampak, Toniná o Yaxchilán. Destaca la singularidad de Yaxchilán adonde se llega navegando por el río Usumacinta que divide Guatemala y México. Para admirar la decadencia, basta una caminata por la selva lacandona. Cientos de pirámides y templos se adivinan bajo la frondosidad del bosque.
Introducirse en la selva es descender al inframundo maya: la naturaleza. Allí viven los indios lacandones entre cascadas de ensueño, ríos color turquesa, árboles exóticos, moscones tocapelotas, mosquitos insaciables, serpientes venenosas y jaguares mitológicos. Ambiente amenizado por el sonido embaucador de todo tipo de animales.
En 1821, México se independizó. Poco después, caería el Imperio de Agustín de Iturbide. Chiapas decidió, entonces, integrase en México tras una larga vida vinculada a Guatemala y un breve periodo de independencia. El olvido y la pobreza se apoderaron de Chiapas, hasta que un día, el hijo de unos inmigrantes zamoranos y antiguo porteador de El Corte Inglés, reclutó a un puñado de indígenas con intención de retar al Estado. Soy incapaz de definir el zapatismo. Me quedo con “revolución postmoderna”. Un cajón de sastre que lo acepta casi todo: marxismo, indigenismo, ecologismo, feminismo, etc.
El resultado de la milenaria historia de Chiapas es un lugar donde conviven sincretismo religioso, indigenismo de i-phone, domingueros mexicanos y turismo revolucionario. Todo, bajo la mirada serena de San Cristóbal.
Pasado y presente del indigenismo se condensan en el chamán, parada obligatoria para interesarse por la antropología. El aislamiento del chamán es visible en su porte, su discurso anticapitalista, el botafumeiro y las recetas contra el cáncer (culebra asada cada dos horas y nada de lavarse). Pero el chamán, se había modernizado. Limpieza de espíritu, 12 euros. La penitencia consistió en poner a remojo los pies en aguas estancadas donde hicieron su agosto insectos y bandadas de pececillos inmisericordes. Después de semejante sacrificio físico y económico, los augurios del chamán sólo podían ser excelentes.
Ejemplo de sincretismo religioso es la iglesia de San Juan Chamula. Cientos de indios tzotziles bajan en peregrinación desde sus comunidades para realizar ofrendas a sus santos. La escena más “mística” es el estrangulamiento del pollo: la sangre sale a borbotones mientras cabeza y patas parecen tener vida propia. Sin sillas ni altar, el suelo de la iglesia es una alfombra de hojas de abeto, decorado con velas y coca colas, refresco imprescindible para expulsar los malos espíritus. Mujeres y hombres avanzan por separado. Los hombres visten de pastorcitos, las mujeres con huipiles de colores luminosos. Ellos llevan bastones de mando y suelen estar borrachos. Un aguardiente asqueroso llamado pox, ayuda a entrar en trance. Amenizan los cortejos bandas de música cacofónicas. Escenas prehispánicas. Sin trampa ni cartón. Los violentos tzotziles no admiten debilidades entre sus seguidores ni el lucimiento de los turistas. Al indio que coquetee con iglesias evangélicas, destierro. Al turista que haga fotos, un par de hostias.
Pero Chiapas, también acoge turismo revolucionario y desenfreno dominguero. Lo primero es patrimonio de occidentales ansiosos de participar del “homo zapatista”. El punto de encuentro es San Cristóbal, donde los bares se llaman Revolución, las cooperativas Ché Guevara y los espaguetis son orgánicos por cojones. Los domingueros son colonos mexicanos que se solazan en ríos y cascadas siguiendo el modelo hindú. Lejos de purificarse el alma, los mexicanos disfrutan de su playa con los tacos, el perro, la abuela y los niños. Semejante “paraíso” sólo está al alcance de aventureros dispuestos a sufrir la carretera Palenque- San Cristóbal: 203 kilómetros , 202 guardas tumbados, miles de curvas y peajes revolucionarios. En otras palabras, 5 horas vomitando
Antonio C.
3 comentarios:
Para mi fue uno de los mejores viajes de mi vida, disfrute del paisaje, del sincretismo y no vi domingueros mexicanos..
He tenido que verlo sin música... ¡pero qué envidia!!
Le diste al "pox" de lo lindo!!! :)....muy Casado pero no puedes evitar el toque Rigalt, ...menos mal!!
Abrazo
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