Ultimamente mis vacaciones son siempre africanas. Después de una ardua reflexión creo que la culpa es de Angola. Encontrar billete para Europa se ha convertido en una hazaña. Desde hace tres meses estoy en lista de espera para ir en navidades a España. Por supuesto, en clase turista al módico precio de 3.100 euros. Así que decidí emprender camino de las tierras de la Reina de Saba.
El primer contacto con Etiopía fue el Sheraton de Addis. Ese tipo de sitios donde los amigos recomiendan no ir porque vives de espaldas al país. En dos días agotamos las existencias de batas y zapatillas del jacuzzi.
Un poco reacios a abandonar nuestra torre de marfil, nos aventuramos en la noche etíope. Allí descubrimos el mundo rasta. El bar donde aterrizamos es complicado describirlo. Lo único que recuerdo es un sofá rescatado de algún basurero donde nos sentamos.
Rastafari era el nombre de Helai Selassie. El Emperador se llamaba Ras (gobernador) y Tefari (su nombre de pila). Todavía sigo preguntándome qué vieron Bob Marley y compañía en Selassie para convertirlo en su “Dios”. El milagro que se le atribuye es un aguacero que cayó en Jamaica coincidiendo con uno de sus viajes. Recomiendo el libro de Kapuscinski “El Emperador”: retrata al “heredero” de Salomón de forma tan absurda que tienes la tentación de compadecerlo. Como colofón, la entrevista de Oriana Fallaci a Selassi en “Entrevista con la Historia”. Magistral un Emperador que admira más a Mussolini que a los ingleses. La “razón” es que los ingleses le ayudaron a expulsar a los italianos.
Lo mejor de Etiopía estaba por llegar. Dos días en Addis son suficientes, así que pusimos rumbo a Lalibella, cuya traducción en amárico es paraíso de las pulgas. La visita turística a unas iglesias coptas en busca del Arca de la Alianza se convirtió en un descenso a los tiempos bíblicos. Iglesias excavadas en las rocas adonde acudían en tropel multitudes envueltas en mantos blancos.
Si las espantosas cubiertas de la UNESCO no te permiten disfrutar de las iglesias, la alternativa es visitar cualquiera de las situadas en los entornos de Lalibella. Las montañas que rodean al pueblo están llenas de iglesias y recovecos donde se instalan los anacoretas. La que visitamos nosotros nos trasladó al Antiguo Testamento.
En el fondo de una montaña se abría una gruta donde se incrustaba una iglesia de formas primitivas. De su interior surgía el murmullo de cientos de fieles orando. El umbral de la puerta te transportaba a los tiempos de Moisés. Incluido un olor fétido mezcla de sudor, humedad e incienso.
Presidían la iglesia no menos de 12 monjes dedicados en cuerpo y alma a rezar al compás de un traqueteo de carracas. Parecía una película de Semana Santa sobre el martirio de Jesucristo. Allí vivían esos monjes, envidia de muchos etíopes, pues llegar a cura supone garantizarse la comida para el resto de la vida. El rezo estaba acompañado por el sonido monocorde de cientos de fieles. A pesar de nuestro aspecto estrafalario, éramos invisibles a sus ojos.
En el fondo de la gruta reposaban, desperdigados por el suelo, calaveras y huesos de miles de muertos. Antiguamente, la gente dormía el sueño eterno dentro de la Iglesia. Ahora es enterrada fuera. En mi vida he estado en un sitio semejante.
Agotada la etapa de Lalibella nos dirigimos a Gondar, antigua capital del Imperio. Una ciudad donde lo normal es llamarse Tewodros en honor a un Emperador. No tuvimos más remedio que integrarnos en la sociedad local.
Gondar es una pequeña ciudad donde llama la atención un centro construido por los italianos tras su invasión en 1935. Edificios y villas como las de Parma o Milán. Junto a ellos, la atracción turística: un castillo de estilo medieval. Me recordaba a los fuertes de Pakistán. Como no podía ser de otra manera, por allí habían pasado casi todos. Etiopía es el país que muchos han invadido pero que nadie ha colonizado. Esa es, seguramente, la causa de su singularidad.
Lo más espectacular de Gondar era una pequeña iglesia de estilo parecido al bizantino llamada Saint George. Para nosotros, la iglesia de los angelitos. El techo tenía unos frescos dominados por miles de cabezas de angelitos de colores como salidos de un cuento de hadas.
Debajo de los angelitos, los feligreses permanecían abstraídos en sus plegarias y ritos. Llamaba la atención su querencia a rezar mirando a la pared. La iglesia etíope mantiene unas tradiciones mezcladas del judaísmo, cristianismo e islamismo que le confieren un halo misterioso.
La última visita la reservamos a los falachas. Por fin, íbamos a conocer a los verdaderos descendientes del Rey Salomón. Las guías apuntaban a esta zona como el lugar donde vivían desde tiempos babilónicos. Se aconsejaba visitar un pueblo que te recibía con cartel que rezaba “Welcome to Sion”. El timo de la estampita: los falachas se fueron a la tierra prometida a principios de los 90’.
Coincidiendo con la hambruna y la guerra tras la caída de Mengistu, Israel puso en marcha la “operación Salomón”. Sólo se resistió una señora que sigue enseñando su casa empapelada con recortes de periódico como prueba de su autenticidad. La herencia dejada por los falachas se reduce a una cerámica con un estilo, aparentemente, singular. Abundaba la representación de la cama donde la Reina de Saba y el Rey Salomón procrearon.
Gondar se encuentra al norte del lago Tana, fuente del Nilo Azul. Imposible competir en paternidad con el Lago Victoria, en cuya parte ugandesa nace el Nilo Blanco. La razón es que al primero llegaron los ingleses y al segundo, quizás portugueses o sólo etíopes. Pero lo interesante del lago es la multitud de islas donde se erigen pequeñas iglesias y monasterios. La leyenda cuenta que en una de ellas se guardó el Arca durante la invasión italiana. Ahora está en Axum, si no se la ha llevado Harrison Ford. No puedo contar más detalles porque para mi desgracia no pudimos visitar el lago.
Por supuesto, recomiendo vivamente el viaje. Lectura obligada es “El sueño de África” de Javier Reverte.
El primer contacto con Etiopía fue el Sheraton de Addis. Ese tipo de sitios donde los amigos recomiendan no ir porque vives de espaldas al país. En dos días agotamos las existencias de batas y zapatillas del jacuzzi.
Un poco reacios a abandonar nuestra torre de marfil, nos aventuramos en la noche etíope. Allí descubrimos el mundo rasta. El bar donde aterrizamos es complicado describirlo. Lo único que recuerdo es un sofá rescatado de algún basurero donde nos sentamos.
Rastafari era el nombre de Helai Selassie. El Emperador se llamaba Ras (gobernador) y Tefari (su nombre de pila). Todavía sigo preguntándome qué vieron Bob Marley y compañía en Selassie para convertirlo en su “Dios”. El milagro que se le atribuye es un aguacero que cayó en Jamaica coincidiendo con uno de sus viajes. Recomiendo el libro de Kapuscinski “El Emperador”: retrata al “heredero” de Salomón de forma tan absurda que tienes la tentación de compadecerlo. Como colofón, la entrevista de Oriana Fallaci a Selassi en “Entrevista con la Historia”. Magistral un Emperador que admira más a Mussolini que a los ingleses. La “razón” es que los ingleses le ayudaron a expulsar a los italianos.
Lo mejor de Etiopía estaba por llegar. Dos días en Addis son suficientes, así que pusimos rumbo a Lalibella, cuya traducción en amárico es paraíso de las pulgas. La visita turística a unas iglesias coptas en busca del Arca de la Alianza se convirtió en un descenso a los tiempos bíblicos. Iglesias excavadas en las rocas adonde acudían en tropel multitudes envueltas en mantos blancos.
Si las espantosas cubiertas de la UNESCO no te permiten disfrutar de las iglesias, la alternativa es visitar cualquiera de las situadas en los entornos de Lalibella. Las montañas que rodean al pueblo están llenas de iglesias y recovecos donde se instalan los anacoretas. La que visitamos nosotros nos trasladó al Antiguo Testamento.
En el fondo de una montaña se abría una gruta donde se incrustaba una iglesia de formas primitivas. De su interior surgía el murmullo de cientos de fieles orando. El umbral de la puerta te transportaba a los tiempos de Moisés. Incluido un olor fétido mezcla de sudor, humedad e incienso.
Presidían la iglesia no menos de 12 monjes dedicados en cuerpo y alma a rezar al compás de un traqueteo de carracas. Parecía una película de Semana Santa sobre el martirio de Jesucristo. Allí vivían esos monjes, envidia de muchos etíopes, pues llegar a cura supone garantizarse la comida para el resto de la vida. El rezo estaba acompañado por el sonido monocorde de cientos de fieles. A pesar de nuestro aspecto estrafalario, éramos invisibles a sus ojos.
En el fondo de la gruta reposaban, desperdigados por el suelo, calaveras y huesos de miles de muertos. Antiguamente, la gente dormía el sueño eterno dentro de la Iglesia. Ahora es enterrada fuera. En mi vida he estado en un sitio semejante.
Agotada la etapa de Lalibella nos dirigimos a Gondar, antigua capital del Imperio. Una ciudad donde lo normal es llamarse Tewodros en honor a un Emperador. No tuvimos más remedio que integrarnos en la sociedad local.
Gondar es una pequeña ciudad donde llama la atención un centro construido por los italianos tras su invasión en 1935. Edificios y villas como las de Parma o Milán. Junto a ellos, la atracción turística: un castillo de estilo medieval. Me recordaba a los fuertes de Pakistán. Como no podía ser de otra manera, por allí habían pasado casi todos. Etiopía es el país que muchos han invadido pero que nadie ha colonizado. Esa es, seguramente, la causa de su singularidad.
Lo más espectacular de Gondar era una pequeña iglesia de estilo parecido al bizantino llamada Saint George. Para nosotros, la iglesia de los angelitos. El techo tenía unos frescos dominados por miles de cabezas de angelitos de colores como salidos de un cuento de hadas.
Debajo de los angelitos, los feligreses permanecían abstraídos en sus plegarias y ritos. Llamaba la atención su querencia a rezar mirando a la pared. La iglesia etíope mantiene unas tradiciones mezcladas del judaísmo, cristianismo e islamismo que le confieren un halo misterioso.
La última visita la reservamos a los falachas. Por fin, íbamos a conocer a los verdaderos descendientes del Rey Salomón. Las guías apuntaban a esta zona como el lugar donde vivían desde tiempos babilónicos. Se aconsejaba visitar un pueblo que te recibía con cartel que rezaba “Welcome to Sion”. El timo de la estampita: los falachas se fueron a la tierra prometida a principios de los 90’.
Coincidiendo con la hambruna y la guerra tras la caída de Mengistu, Israel puso en marcha la “operación Salomón”. Sólo se resistió una señora que sigue enseñando su casa empapelada con recortes de periódico como prueba de su autenticidad. La herencia dejada por los falachas se reduce a una cerámica con un estilo, aparentemente, singular. Abundaba la representación de la cama donde la Reina de Saba y el Rey Salomón procrearon.
Gondar se encuentra al norte del lago Tana, fuente del Nilo Azul. Imposible competir en paternidad con el Lago Victoria, en cuya parte ugandesa nace el Nilo Blanco. La razón es que al primero llegaron los ingleses y al segundo, quizás portugueses o sólo etíopes. Pero lo interesante del lago es la multitud de islas donde se erigen pequeñas iglesias y monasterios. La leyenda cuenta que en una de ellas se guardó el Arca durante la invasión italiana. Ahora está en Axum, si no se la ha llevado Harrison Ford. No puedo contar más detalles porque para mi desgracia no pudimos visitar el lago.
Por supuesto, recomiendo vivamente el viaje. Lectura obligada es “El sueño de África” de Javier Reverte.
Antonio Casado Rigalt
4 comentarios:
Viaje de dulces recuerdos!!! Si no fuera por la pulga que me llevé a Kampala... y que no murió en el avión como había pronosticado Toño (gran entendido en pulgas como todo el mundo sabe!). ¡En fin! Etiopía es uno de los países más interesantes del mundo y conozco mucha gente que se va este verano. Otra cultura amenazada por la globalización. El año pasado todavía estaban prohibidos los SMS. Id pronto!
Me ha encantado tu viaje, y cómo lo cuentas,y además ya me leí el libro de Reverte, o sea que estoy lista para hacerlo...
Espero que en los 2 meses de vacaciones que te da Amparo (estoy en contra, insisto) te hagas 2 o tres viajes y nos los cuentes a la vuelta.
Y te deseo suerte con tu lista de espera para Navidad, me alegra ver que eres un emigrante, y no un "expat".
Un abrazo.
Mª Luisa
Yo espero ir este año a Etiopia. Siempre me ha atraido el Africa negra y este pais se me ocurre un buen lugar para empezar. Las fotos y las historias que me habeis contado de Lalibella me atraen irremediablemente aunque las pulgas me den cierto respeto la verdad pero usaré el método de Ana Ruiz, (collares anti pulgas)aunque espero que con mas éxito.
Etiopía es uno de los países que aún no están prostituídos por el turismo de masas, y por ello mismo se puede hacer auténtica Geografía humana ya que el contacto con las personas es continuo. Lo que más me impresionó cuando estuve (en 1995) son las interminables hileras de gente caminando a ambos lados de las carreteras en un orden casi procesional. Respecto a los falashas es cierto que solo quedaba una señora de unos 35 o 40 años (en 1995) y que subsistía vendiendo las figuritas representativas de diversos parajes bíblicos y provistas de la correspondiente estrella de David. Lástima que no pudiérais navegar por el lago Tana, deambulando por sus diminutas islas provistas casi todas ellas de monasterios coptos; es en el extremo sur de este lago, en Bahar Dar, donde abundan los rastafaris que, según dicen ellos mismos, se originaron allí donde nace el Nilo Azul.
Te felicito por la descripción del periplo y recomiendo que, quien quiera viajar a Etiopía, siga una ruta similar a la tuya.
Saludos cordiales.
Joan Estany
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