Cuaderno de Bitacora: Mulhacen. Sierra Nevada. Mayo 2013

No soy ningún alpinista aguerrido pero siempre me ha gustado salir a la montaña. Hice mis pinitos con la escalada libre cuando era más joven, senderismo, alguna marcha más larga por la sierra de Madrid, Picos de Europa. pero hacía años que no me calzaba las botas de montaña que tengo escondidas debajo de la cama.
Así que cuando me propusieron que me apuntara con un grupo a subir al Mulhacén, me quedé un poco parado. Eso son palabras mayores. Casi 3.500 m de altitud, el pico más alto de la península. No sé; habrá nieve, claro, aunque estemos en mayo.
-Bueno (me dije.) ¿Y por qué no? ¡Acepto!
-¡Genial! ¿Tienes equipo?
-Tengo botas...
-Necesitarás unos crampones... ¿Tienes piolet?
-¿Quién? ¿Yo? ¡No!
-Bueno, no será problema. Alguien te los dejará.
Estaba tan ilusionado como un niño. Y no fue para menos: nos divertimos mucho.
Como ya habréis deducido, no os puedo hablar mucho de montañismo. Estoy más cerca del dominguero. Pero fueron para mí tres días muy especiales en los que respiré camaradería, cariño y buen humor. Disfruté de unos paisajes bellos y gigantes, y me sentí acogido por un grupo de gente sana y amable.
La subida al Mulhacén no es difícil (la pude hacer yo.) Hay una loma por la que se alcanza la cima siguiendo un sendero. En verano se puede llegar en bicicleta (supongo que estando en buena forma, que aquello no es El Retiro, claro).
La vista de Sierra Nevada desde la lejanía siempre me ha producido una atracción especial. ¿Será cierto que existe algún tipo de energía telúrica? El paisaje de Las Alpujarras en primavera es muy bello: jaras y árboles frutales en flor, tonalidades ocres y grises de la tierra, la luz. Luz que matiza los colores y las sombras de cada detalle en el que intentan descansar los ojos. Es lo más atrae. La luz tiene la culpa de la belleza de este lugar.
Parada obligada en Lanjarón a coger agua de la Fuente de las Adelfas y continuar hasta Capileira, pueblo de casas encaladas y empinadas calles empedradas, desde donde continúa la carretera. Al rato se convertirá en pista sin asfaltar y en balconada que domina la vista del valle más amplio, profundo e inmenso a cada metro que asciende el coche. Al final, un lugar donde aparcarlo: la Hoya del Portillo. Desde aquí, andando. El principio.
Era sábado. El sol aún alto. El exceso de peso de mi mochila, las botas más pequeñas de lo que recordaba y la fuerte pendiente del inicio, no me impidieron impregnarme del olor de los pinos del bosque. Luego quedaron atrás los árboles, el camino se allanó y, en el último tramo, descendió atravesando unos neveros hasta el refugio de Poqueira, donde los doce del grupo pasamos la noche entre bromas y risas y ronquidos en una sola habitación de literas corridas.
Temprano salimos para ascender por una lengua de nieve desde la que descubriríamos cómo se despertaba de naranja y rojo el blanco de las cumbres. El color del cielo del amanecer a 3.000 metros es de un azul intenso oscuro infinito. Sudábamos. Caminábamos despacio. Parábamos. Detrás (al sur) y abajo veíamos las nubes que cubrían el mar hasta perderse en el horizonte. Y al fondo, lejos, donde la línea del cielo se fundía con ellas, las montañas de África nos miraban desde el otro lado del Estrecho.
Fueron tres horas de ascensión. Hubo otro nevero empinado y una primera meta volante: el Mulhacén II. Un pico, como un grano, puesto en el camino para hacerse una foto y comerse un bocadillo. Después de la pausa, solo media hora larga por una cresta ancha barrida por un fuerte viento helado.
Y la cumbre. Con la vista memorizábamos el paisaje: la silueta del Veleta, la imponente Alcazaba. Me sentí muy bien. No sé explicarlo. Tendréis que subir vosotros.
Daniel H

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que grande la experiencia, no? Que envidia. Al

Pascual dijo...

Qué excursión más chula, efectivamente,qué envidia y muy ameno el articulo.

Anónimo dijo...

Que genial Sierra Nevada, el refugio de Poqueira, las vistas infinitas... Que buenos recuerdos me ha traído, como me gusta la montaña!
No me extraña que lo disfrutaras tanto, hasta con botas pequeñas!jaja
Julia R

P. dijo...

Unas fotos preciosas. Todas las ascensiones a la montaña (pequeña, mediana o grande) resultan , a mi modo de ver, un ejercicio de meditación aeróbico. Subir concentrado en el el terreno que pisas, a la vez que haces un ejercicio de introspección mientras disfrutas de las vistas. Una envidia de viaje. Y, si tu has coronado, me lo podría plantear yo como un próximo reto! ;-)