No soy ningún alpinista
aguerrido pero siempre me ha gustado salir a la montaña. Hice mis pinitos con la
escalada libre cuando era más joven, senderismo, alguna marcha más larga por la
sierra de Madrid, Picos de Europa. pero hacía años que no me calzaba las botas
de montaña que tengo escondidas debajo de la cama.
Así que cuando me
propusieron que me apuntara con un grupo a subir al Mulhacén, me quedé un poco
parado. Eso son palabras mayores. Casi 3.500 m de altitud, el pico más alto de
la península. No sé; habrá nieve, claro, aunque estemos en mayo.
-Bueno
(me dije.) ¿Y por qué no? ¡Acepto!
-¡Genial! ¿Tienes equipo?
-Tengo
botas...
-Necesitarás unos crampones... ¿Tienes piolet?
-¿Quién? ¿Yo?
¡No!
Estaba tan
ilusionado como un niño. Y no fue para menos: nos divertimos mucho.
Como
ya habréis deducido, no os puedo hablar mucho de montañismo. Estoy más cerca del
dominguero. Pero fueron para mí tres días muy especiales en los que respiré
camaradería, cariño y buen humor. Disfruté de unos paisajes bellos y gigantes, y
me sentí acogido por un grupo de gente sana y amable.
La subida al Mulhacén
no es difícil (la pude hacer yo.) Hay una loma por la que se alcanza la cima
siguiendo un sendero. En verano se puede llegar en bicicleta (supongo que
estando en buena forma, que aquello no es El Retiro, claro).
La vista de
Sierra Nevada desde la lejanía siempre me ha producido una atracción especial.
¿Será cierto que existe algún tipo de energía telúrica? El paisaje de Las
Alpujarras en primavera es muy bello: jaras y árboles frutales en flor,
tonalidades ocres y grises de la tierra, la luz. Luz que matiza los colores y
las sombras de cada detalle en el que intentan descansar los ojos. Es lo más
atrae. La luz tiene la culpa de la belleza de este lugar.
Parada obligada en
Lanjarón a coger agua de la Fuente de las Adelfas y continuar hasta Capileira,
pueblo de casas encaladas y empinadas calles empedradas, desde donde continúa la
carretera. Al rato se convertirá en pista sin asfaltar y en balconada que domina
la vista del valle más amplio, profundo e inmenso a cada metro que asciende el
coche. Al final, un lugar donde aparcarlo: la Hoya del Portillo. Desde aquí,
andando. El principio.
Temprano salimos para ascender por una lengua de nieve
desde la que descubriríamos cómo se despertaba de naranja y rojo el blanco de
las cumbres. El color del cielo del amanecer a 3.000 metros es de un azul
intenso oscuro infinito. Sudábamos. Caminábamos despacio. Parábamos. Detrás (al
sur) y abajo veíamos las nubes que cubrían el mar hasta perderse en el
horizonte. Y al fondo, lejos, donde la línea del cielo se fundía con ellas, las
montañas de África nos miraban desde el otro lado del Estrecho.
Y la cumbre. Con la vista
memorizábamos el paisaje: la silueta del Veleta, la imponente Alcazaba. Me
sentí muy bien. No sé explicarlo. Tendréis que subir vosotros.
Daniel H
4 comentarios:
Que grande la experiencia, no? Que envidia. Al
Qué excursión más chula, efectivamente,qué envidia y muy ameno el articulo.
Que genial Sierra Nevada, el refugio de Poqueira, las vistas infinitas... Que buenos recuerdos me ha traído, como me gusta la montaña!
No me extraña que lo disfrutaras tanto, hasta con botas pequeñas!jaja
Julia R
Unas fotos preciosas. Todas las ascensiones a la montaña (pequeña, mediana o grande) resultan , a mi modo de ver, un ejercicio de meditación aeróbico. Subir concentrado en el el terreno que pisas, a la vez que haces un ejercicio de introspección mientras disfrutas de las vistas. Una envidia de viaje. Y, si tu has coronado, me lo podría plantear yo como un próximo reto! ;-)
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