Cuando pisé Kenia por primera vez, hace tres años, supe que volvería algún día. Quizás no pensaba que en tan poco tiempo, pero, tenía que volver a aquel país maravilloso. Y, así ha ocurrido, que volaba hacia Mombasa a primeros de Noviembre. Dejé avanzando al otoño en Madrid y aterricé en un cálido clima tropical, a orillas del Índico. Tras más de dos horas de baches y traqueteo, el autobús se plantó en la puerta del hotel, en la playa de Watamu.
Watamu mira al mar desde la arena blanca y fina de su playa paradisíaca. Allí, detrás de las palmeras, el mar viene y se va, sometido a la ley de las mareas, a la Luna bella que dispone y ordena cómo será el paisaje a las distintas horas del día y de la noche. Nunca había visto unas mareas tan acusadamente cambiantes. Por las mañanas, la playa se hacía casi infinita, y los paseos maravillosos, pudiendo llegar andando hasta la barrera de coral, con alguna parada en el camino para darse un chapuzón en los remansos de aguas cristalinas y mitigar por un ratito los cálidos rayos del sol. Por las tardes, el mar avanzaba cubriéndolo todo de azul intenso y ofreciendo sus cálidas aguas a los bañistas.
En la playa, los locales acechan la llegada de los turistas. Intentar darse un paseo o un baño a solas el primer día es una misión casi imposible. Pretenden venderte desde un colgante hasta un safari y, si no, simplemente hablan sin parar, intentando entablar conversaciones diversas. Y, si cometes el error de darles tu nombre, lo oirás constantemente, desde la tumbona, paseando por la playa o dándote un baño que suponías iba a ser tranquilo y a solas.
El pueblo de Watamu fue elegido hace unos años como residencia de extranjeros, fundamentalmente de europeos (italianos, franceses, alemanes…). El terreno y la mano de obra baratos, junto con el escenario privilegiado de la playa (reserva marina en la actualidad), hicieron que éstos levantaran vistosas casas, la mayoría con jardín, de camino hacia el mar. Adentrándose un poco más en el pueblo, la realidad es muy distinta. Las calles sin asfaltar están levantadas, supongo que esperando a que algún día coloquen las canalizaciones correspondientes. Las gallinas y las cabras coexisten con el resto de los habitantes y los pocos turistas que se acercan a curiosear y a hacer alguna compra en las tienditas de artesanía o en el supermercado. Los lugareños están, simplemente sentados o de charla, siempre en la calle. Algunos acuden al bar a ver las telenovelas que llegan de un mundo tan lejano y ajeno a sus vidas, que se quedan fascinados ante la pantalla del televisor. Es curioso ver a algún massai, con sus adornos y vestimentas tribales, sentado frente a la pantalla. Me hubiera gustado preguntarles qué piensan sobre lo que estaban viendo, si les parecía ciencia ficción o si sabían que realmente existen otras vidas, otros mundos…
De camino al Parque Nacional Tsavo, viajando en jeep por carretera hacia el interior, se pueden ver los numerosos poblados que sobreviven, no se sabe muy bien cómo, la mayoría sin agua y sin luz y en unas muy precarias condiciones de higiene. Las cabañas tradicionales son de adobe, con techos de paja, aunque, actualmente se mezclan con otras que van desde las que mantienen las paredes de adobe pero utilizan la uralita para los tejados, hasta las que recurren al ladrillo, también con uralita como techumbre.
La primera vez que estuve en Kenia, recorrí muchos de sus grandes parques, durante un maravilloso safari fotográfico que me llevó hasta el Ngoron Goro y el Serengetti, en Tanzania. El Parque Tsavo era uno de los pocos que me quedaban por visitar y, como no estaba lejos de la zona de Mombasa, decidí volver a la sabana y hacer una incursión en la belleza de su naturaleza. El Parque Nacional Tsavo ocupa unos 22.000 km2 de zona protegida para los animales, por lo que es uno de los más grandes de Kenia. Se encuentra entre las ciudades de Nairobi y Mombasa y se divide en dos zonas diferenciadas, Tsavo Este y Tsavo Oeste. En la parte oriental se levanta la meseta de Yatta, en la que crecen las maravillosas acacias que caracterizan el paisaje de la sabana africana. La parte occidental es montañosa, de origen volcánico. En toda la zona del parque abundan los ríos y conviven más de 60 especies de mamíferos y más de 400 de aves. Mi ruta de dos días se limitó a la zona del Tsavo Este, llegando a cruzar a la parte Oeste por un momento, puesto que el lodge se encontraba en el límite entre ambos. En la parte oriental, la tierra es completamente roja. La sabana y su fauna se muestran ante los ojos del visitante en todo su esplendor. Leones, elefantes, jirafas, impalas, distintos tipos de gacelas y antílopes, jabalíes, cocodrilos, hipopótamos, avestruces… Esta vez no pude ver leopardos ni guepardos, pero, también los hay, aunque estos felinos son difíciles de ver, debido a sus hábitos de comportamiento. Aún así, la experiencia resultó maravillosa, una vez más.
De vuelta a la playa de Watamu, mi piel siguió tostándose al sol, mirando al mar y contemplando la belleza del paisaje. Y, casi sin haberme dado cuenta, cuando ya me había hecho al lugar y a su gente y me sentía relajada y feliz, llegó el día de hacer la maleta y volver al frío seco de Madrid.
Habrá que empezar a pensar en otro destino, otro lugar, gente, cultura y paisajes por descubrir. Pero, de momento, quedan los recuerdos, las vivencias y las fotografías de este último viaje del que tanto he disfrutado.
Watamu mira al mar desde la arena blanca y fina de su playa paradisíaca. Allí, detrás de las palmeras, el mar viene y se va, sometido a la ley de las mareas, a la Luna bella que dispone y ordena cómo será el paisaje a las distintas horas del día y de la noche. Nunca había visto unas mareas tan acusadamente cambiantes. Por las mañanas, la playa se hacía casi infinita, y los paseos maravillosos, pudiendo llegar andando hasta la barrera de coral, con alguna parada en el camino para darse un chapuzón en los remansos de aguas cristalinas y mitigar por un ratito los cálidos rayos del sol. Por las tardes, el mar avanzaba cubriéndolo todo de azul intenso y ofreciendo sus cálidas aguas a los bañistas.
En la playa, los locales acechan la llegada de los turistas. Intentar darse un paseo o un baño a solas el primer día es una misión casi imposible. Pretenden venderte desde un colgante hasta un safari y, si no, simplemente hablan sin parar, intentando entablar conversaciones diversas. Y, si cometes el error de darles tu nombre, lo oirás constantemente, desde la tumbona, paseando por la playa o dándote un baño que suponías iba a ser tranquilo y a solas.
El pueblo de Watamu fue elegido hace unos años como residencia de extranjeros, fundamentalmente de europeos (italianos, franceses, alemanes…). El terreno y la mano de obra baratos, junto con el escenario privilegiado de la playa (reserva marina en la actualidad), hicieron que éstos levantaran vistosas casas, la mayoría con jardín, de camino hacia el mar. Adentrándose un poco más en el pueblo, la realidad es muy distinta. Las calles sin asfaltar están levantadas, supongo que esperando a que algún día coloquen las canalizaciones correspondientes. Las gallinas y las cabras coexisten con el resto de los habitantes y los pocos turistas que se acercan a curiosear y a hacer alguna compra en las tienditas de artesanía o en el supermercado. Los lugareños están, simplemente sentados o de charla, siempre en la calle. Algunos acuden al bar a ver las telenovelas que llegan de un mundo tan lejano y ajeno a sus vidas, que se quedan fascinados ante la pantalla del televisor. Es curioso ver a algún massai, con sus adornos y vestimentas tribales, sentado frente a la pantalla. Me hubiera gustado preguntarles qué piensan sobre lo que estaban viendo, si les parecía ciencia ficción o si sabían que realmente existen otras vidas, otros mundos…
De camino al Parque Nacional Tsavo, viajando en jeep por carretera hacia el interior, se pueden ver los numerosos poblados que sobreviven, no se sabe muy bien cómo, la mayoría sin agua y sin luz y en unas muy precarias condiciones de higiene. Las cabañas tradicionales son de adobe, con techos de paja, aunque, actualmente se mezclan con otras que van desde las que mantienen las paredes de adobe pero utilizan la uralita para los tejados, hasta las que recurren al ladrillo, también con uralita como techumbre.
La primera vez que estuve en Kenia, recorrí muchos de sus grandes parques, durante un maravilloso safari fotográfico que me llevó hasta el Ngoron Goro y el Serengetti, en Tanzania. El Parque Tsavo era uno de los pocos que me quedaban por visitar y, como no estaba lejos de la zona de Mombasa, decidí volver a la sabana y hacer una incursión en la belleza de su naturaleza. El Parque Nacional Tsavo ocupa unos 22.000 km2 de zona protegida para los animales, por lo que es uno de los más grandes de Kenia. Se encuentra entre las ciudades de Nairobi y Mombasa y se divide en dos zonas diferenciadas, Tsavo Este y Tsavo Oeste. En la parte oriental se levanta la meseta de Yatta, en la que crecen las maravillosas acacias que caracterizan el paisaje de la sabana africana. La parte occidental es montañosa, de origen volcánico. En toda la zona del parque abundan los ríos y conviven más de 60 especies de mamíferos y más de 400 de aves. Mi ruta de dos días se limitó a la zona del Tsavo Este, llegando a cruzar a la parte Oeste por un momento, puesto que el lodge se encontraba en el límite entre ambos. En la parte oriental, la tierra es completamente roja. La sabana y su fauna se muestran ante los ojos del visitante en todo su esplendor. Leones, elefantes, jirafas, impalas, distintos tipos de gacelas y antílopes, jabalíes, cocodrilos, hipopótamos, avestruces… Esta vez no pude ver leopardos ni guepardos, pero, también los hay, aunque estos felinos son difíciles de ver, debido a sus hábitos de comportamiento. Aún así, la experiencia resultó maravillosa, una vez más.
De vuelta a la playa de Watamu, mi piel siguió tostándose al sol, mirando al mar y contemplando la belleza del paisaje. Y, casi sin haberme dado cuenta, cuando ya me había hecho al lugar y a su gente y me sentía relajada y feliz, llegó el día de hacer la maleta y volver al frío seco de Madrid.
Habrá que empezar a pensar en otro destino, otro lugar, gente, cultura y paisajes por descubrir. Pero, de momento, quedan los recuerdos, las vivencias y las fotografías de este último viaje del que tanto he disfrutado.
Ana Bombal
4 comentarios:
Es gratificante trasladarse al calor de Africa mientres aquí vemos la nieve por las ventanas
Y tanto! que maravilla, ver los animales en la sabana... y luego volver a la playa. ¡qué envidia!
Qué viaje mas bonito !! Yo siempre he tenido Kenia entre mis destinos futuros. Tus fotos y tu artículo han reactivado esa intención. Gracias por compartirlo en viernes.
¡¡Hey!!, damos la bienvenida a “Viernes” a nuestra querida Ana Bombal, feliz fichaje que no defraudará a nadie. Ya vemos en su estreno con Mombasa que, si los viajes nos los describe tal y como los realiza –¡¡viviéndolos!!-, cuando empiece a hablarnos de vinos, ni os cuento lo que nos espera: Os lo aseguro: por las venas de Ana Bombal no circula la sangre: si la pincháis, ese líquido que veis, brillante, limpio, claro, con una gran intensidad cromática, es como el mejor vino, madurado con algo de madera.
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