El día que menos te esperas aparece Amparo y te sugiere que digas unas palabras para este rincón, preciada esquina parlanchina de Viernes. Así que una se ve frente a una pantalla de color blanco con bordes azulados, un cuerpo que anuncia “calibri” -no había, al parecer, un nombre más complicado para describir un tipo de letra- , así como un recuadro inferior en el lado izquierdo en el que aparece: 0 palabras.
Como el argumento es de libre elección, lo complica todavía más, si cabe. Tema libre, te decían en el colegio a la hora de pedirte que redactaras un escrito de cuartilla y media. Ni pizca de gracia me hacía.
Pero os contaré algo. Hace ya unos cuantos años me dirigía en mi coche por la barcelonesa calle de Aribau hacia arriba con enorme expectación por lo que suponía aquella primera cena prometedora. Esa noche dejé la moto aparcada, nadie como las chicas sabrán cuán letales son los cascos para un aspecto capilar decente. No sé si los nervios por llegar algo apurada a la misma o por otra razón pero al circular a cierta velocidad por el carril de la izquierda me llevé por delante y con bastante estruendo el retrovisor de otro vehículo al que adelanté. Sólo podía pensar en que llegaba tarde a “la” cita.
Una vez estacionados en el chaflán en la confluencia de la calle Mallorca, salió de su coche una chica morena, altísima, la recuerdo como si fuera ahora. Empezó a vociferar y antes de que continuara, le pedí disculpas una y otra vez y casi le supliqué que confiara en mí al entregarle mi tarjeta con mis datos personales. Recuerdo cómo me armé de valor y le espeté: necesito llegar a la cita de mi vida. Sus ojos, su mirada, lo dijeron todo. No era solidaridad, no era comprensión, era mucho más que eso. Ella lo sintió como algo muy próximo, como algo repentino que te da una dosis extra de oxígeno. Tomó mi tarjeta y me dijo: está bien, pero llámame mañana sin falta.
Probablemente ella ni se acuerde pero sigo reteniendo su nombre y apellido. Al día siguiente pudimos solucionar todo el papeleo correspondiente.
¿La cita? Fructífera, aunque temporal. Previamente hubo sesión plenaria del denominado G-4, donde solíamos establecer las pautas a seguir en ocasiones similares. Análisis de riesgo, estrategia, contraofensiva, contrarréplica, preparadas improvisaciones y demás, que habitualmente quedaban atrapadas en el mini bolso, porque por fortuna, la espontaneidad, a pesar de los nervios solía hacer el resto, para bien o para mal.
Otra cosa. Os confesaré que mis grandes amores han sido forjados en el más crudo invierno, con todo lo que ello comporta. Trabajo duro a la intemperie. E incómoda humedad. Ha habido, sin embargo, alguna amistad iniciada en el estío y contra todo pronóstico ha perdurado y se ha consolidado con el paso del tiempo.
Por cierto, un amigo nada políticamente correcto me enumeró en una ocasión tres principales motivos por los que una mayoría de mujeres nos fijamos en un hombre. El primero de ellos, que nos haga reír. Fundamental. El segundo, que nos haga sentir seguras y cómodas. Y por último, que en lo suyo, sea lo que sea a lo que se dedique, sea el mejor. Cada una que haga su propia lectura.
Contaba Amelia en un Speaker´s Corner anterior, lo mucho que le pesaba cumplir años en el mes de septiembre, por aquello de los propósitos. No puedo estar más de acuerdo y no sólo por haber nacido en el mismo mes. Y más ahora, con el número 4 recién estrenado y a cuestas, aunque –ya me lo habían advertido- me siento más enérgica y vital que en toda mi vida.
¿Sabéis algo curioso? Después de tantos años diseñando con amigas encuentros redondos y cronómetros milimétricos que te indicaban cuándo o no proceder con una llamada -gran asignatura pendiente y suspendida una y otra vez- resulta que acabo compartiendo mi vida con alguien con el que nunca tuve una cita. Así es. Tras algún encuentro casual y alguna estimulante conversación, se sucedieron posteriores llamadas, charlas y almuerzos, pero nunca nada como tal. Con el paso del tiempo aprendes que lo que se viene conociendo como “cita” adopta nuevas formas y dibujos mucho menos evidentes y mucho más vivificantes. No hay nada más sugerente que “una cita no cita”.
Aunque, si me permitís, en el fondo lo supe esa vez. Una de aquellas certezas a las que ya nos hemos referido en alguna otra ocasión. Pero como ya os indiqué anteriormente, los Dioses tienen celos, así que será mejor dejarlo así. Y será mejor no revelar lo obvio: nosotras, siempre lo sabemos.
Eva Miquel Subías
Como el argumento es de libre elección, lo complica todavía más, si cabe. Tema libre, te decían en el colegio a la hora de pedirte que redactaras un escrito de cuartilla y media. Ni pizca de gracia me hacía.
Pero os contaré algo. Hace ya unos cuantos años me dirigía en mi coche por la barcelonesa calle de Aribau hacia arriba con enorme expectación por lo que suponía aquella primera cena prometedora. Esa noche dejé la moto aparcada, nadie como las chicas sabrán cuán letales son los cascos para un aspecto capilar decente. No sé si los nervios por llegar algo apurada a la misma o por otra razón pero al circular a cierta velocidad por el carril de la izquierda me llevé por delante y con bastante estruendo el retrovisor de otro vehículo al que adelanté. Sólo podía pensar en que llegaba tarde a “la” cita.
Una vez estacionados en el chaflán en la confluencia de la calle Mallorca, salió de su coche una chica morena, altísima, la recuerdo como si fuera ahora. Empezó a vociferar y antes de que continuara, le pedí disculpas una y otra vez y casi le supliqué que confiara en mí al entregarle mi tarjeta con mis datos personales. Recuerdo cómo me armé de valor y le espeté: necesito llegar a la cita de mi vida. Sus ojos, su mirada, lo dijeron todo. No era solidaridad, no era comprensión, era mucho más que eso. Ella lo sintió como algo muy próximo, como algo repentino que te da una dosis extra de oxígeno. Tomó mi tarjeta y me dijo: está bien, pero llámame mañana sin falta.
Probablemente ella ni se acuerde pero sigo reteniendo su nombre y apellido. Al día siguiente pudimos solucionar todo el papeleo correspondiente.
¿La cita? Fructífera, aunque temporal. Previamente hubo sesión plenaria del denominado G-4, donde solíamos establecer las pautas a seguir en ocasiones similares. Análisis de riesgo, estrategia, contraofensiva, contrarréplica, preparadas improvisaciones y demás, que habitualmente quedaban atrapadas en el mini bolso, porque por fortuna, la espontaneidad, a pesar de los nervios solía hacer el resto, para bien o para mal.
Otra cosa. Os confesaré que mis grandes amores han sido forjados en el más crudo invierno, con todo lo que ello comporta. Trabajo duro a la intemperie. E incómoda humedad. Ha habido, sin embargo, alguna amistad iniciada en el estío y contra todo pronóstico ha perdurado y se ha consolidado con el paso del tiempo.
Por cierto, un amigo nada políticamente correcto me enumeró en una ocasión tres principales motivos por los que una mayoría de mujeres nos fijamos en un hombre. El primero de ellos, que nos haga reír. Fundamental. El segundo, que nos haga sentir seguras y cómodas. Y por último, que en lo suyo, sea lo que sea a lo que se dedique, sea el mejor. Cada una que haga su propia lectura.
Contaba Amelia en un Speaker´s Corner anterior, lo mucho que le pesaba cumplir años en el mes de septiembre, por aquello de los propósitos. No puedo estar más de acuerdo y no sólo por haber nacido en el mismo mes. Y más ahora, con el número 4 recién estrenado y a cuestas, aunque –ya me lo habían advertido- me siento más enérgica y vital que en toda mi vida.
¿Sabéis algo curioso? Después de tantos años diseñando con amigas encuentros redondos y cronómetros milimétricos que te indicaban cuándo o no proceder con una llamada -gran asignatura pendiente y suspendida una y otra vez- resulta que acabo compartiendo mi vida con alguien con el que nunca tuve una cita. Así es. Tras algún encuentro casual y alguna estimulante conversación, se sucedieron posteriores llamadas, charlas y almuerzos, pero nunca nada como tal. Con el paso del tiempo aprendes que lo que se viene conociendo como “cita” adopta nuevas formas y dibujos mucho menos evidentes y mucho más vivificantes. No hay nada más sugerente que “una cita no cita”.
Aunque, si me permitís, en el fondo lo supe esa vez. Una de aquellas certezas a las que ya nos hemos referido en alguna otra ocasión. Pero como ya os indiqué anteriormente, los Dioses tienen celos, así que será mejor dejarlo así. Y será mejor no revelar lo obvio: nosotras, siempre lo sabemos.
Eva Miquel Subías
(sinpentimenti.blogspot.com)
3 comentarios:
Me ha encantado tú post en este blog.
he podido saber más de ti, querida hermana. No sabía que tú también has tenido 20 años. jajajaja
No sé como será en Madrid, en Cuenca o en Zaragoza, o en cualquier ciudad española, lo que sí sé es que encontrar algo realmente bueno, en Barcelona, está muy pero que muy complicado.
Salir de noche en Barcelona te das cuenta que la gente va a lo que va, y no me refiero a bailar y a pasarlo bien.
Hace mil que no tengo una cita, pero es mucho mejor lo que tú escribes, el no cita. El que vayan pasando los días, tengas noticias de este amigo llámemoslo especial a través de mensajes, de emails o ya puestos a través del facebook, que oye un ¨me gusta¨cuando cuelgas un comentario o una canción, no es lo mismo que un ¨me gusta¨ de una amiga, o no?...
Creo que en el amor, pero uuff estoy muy perezosa a esto de que me conquisten porque las últimas citas han salido mal. Qué pena ellos se lo pierden no?
Saludos
Sara
Genial!
"Me gusta" ;-)
MartaG.
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