En septiembre, como en enero, es inevitable hacer balance del año y armarse de buenos propósitos para abordar el curso escolar, que acaba siendo para la mayoría de nosotros la medida de todas las cosas. En junio, el cansancio y la prisa, la galvana y las terracitas, nos impiden dedicar un momento a la introspección que, sin embargo, reclama su lugar cuando el calendario y el ropero dan la vuelta, las terrazas apilan las sillas, y el moreno empieza a diluirse. Yo, encima, cumplo años en septiembre, así que no me libro del balance. De los pros y los contras, de lo bueno y lo malo que fue y lo que será. Así que la emprendo con la regla, la calculadora, el cuadro de Excel y la lista de comprobación, y me pongo afanosa a diseñarme una existencia perfecta. Empezamos, claro, por revocar la fachada. Hay que cortar el pelo, renovar el vestuario, perder varios kilos de helados y frituras, como todas… Luego el interior: leer lo último, ir más al cine, trabajar menos. La palabra es planificación. Así que dedico los últimos días de agosto –que no se diga que no planifico– a buscar calcetines y vaqueros a buen precio para los niños, antes de que vuelva la avalancha y aprovechando los últimos coletazos de las rebajas. Compruebo con estupor que el modelo que busco, normalito, y el color que necesito, nada del otro mundo, ya están agotados. Bien. Dios proveerá, que no cunda el pánico. Los libros. No, no voy a hablar de los libros, necesitaría un lexatin. Las fotos. Llego a la tienda de fotografía, aproximadamente 2 x 6 metros, aproximadamente 30 personas, o eso me parece. Todas muy gordas. Y altas. No, no soy una sílfide yo… pero abulto poco. Sin embargo, las personas de la tienda de fotografías ocupan mucho espacio y gastan mucho oxígeno. Oxígeno que a mí me empieza a faltar. La tienda empieza a encogerse, cada vez más. Un señor de unos 70 años con su esposa, igual de grande que él, ha ido a recoger las fotos de los nietos. El resguardo decía que tenían que recogerlas a partir de hoy por la tarde, igual podían haber ido mañana, pero no. Reconocen entre ellos que podían ir a otra hora que hubiera menos gente, pero siguen ahí. El señor se me pone delante todo el rato, primero carga el peso de su cuerpo en una pierna y luego en otra, siempre delante de mí, que me estiro y me aparto boqueando como un pez. Entran más personas en la tienda y aún no me toca. Los que quieren imprimir copias digitales del crucero vacacional no se deciden. Me doy cuenta de que me estoy volviendo asocial e intolerante por momentos. No hay duda. Se acabó el verano.
Me había propuesto serios cambios para esta nueva temporada, y ahora me pregunto cuánto puede cambiar un ser humano estándar. El día de mi cumpleaños anuncié en Facebook que no iba a cortarme ni a teñirme el pelo (el año pasado lo lamenté amargamente). Decidí no cambiar mi foto de perfil. Decidí no comprar nada de ropa, mi gran vicio confesable (sólo unas katiuskas, trauma infantil porque mi madre no me las compró: las encontraba ordinarias). Nada de fashion. Se impone la autoaceptación y la austeridad. Pero, ¿qué hay de la passion? Yo soy abanderada de ese verso de Fito que dice “No sé vivir sólo con cinco sentidos”. Esa soy yo. Sin embargo, después de hacer el balance, estudiar la hoja de Excel, calcular todas las cifras e hiperventilar a toda mecha en la tienda de fotografía, he decidido ya cuál es mi propósito para la nueva temporada: dejarme llevar. Ese es el plan con el que abordo este “año nuevo”. No, amigos, no es dejadez. Es instinto de supervivencia. Y, quién sabe, tal vez la vida me sorprenda.
Amelia Pérez de Villar Herranz
Me había propuesto serios cambios para esta nueva temporada, y ahora me pregunto cuánto puede cambiar un ser humano estándar. El día de mi cumpleaños anuncié en Facebook que no iba a cortarme ni a teñirme el pelo (el año pasado lo lamenté amargamente). Decidí no cambiar mi foto de perfil. Decidí no comprar nada de ropa, mi gran vicio confesable (sólo unas katiuskas, trauma infantil porque mi madre no me las compró: las encontraba ordinarias). Nada de fashion. Se impone la autoaceptación y la austeridad. Pero, ¿qué hay de la passion? Yo soy abanderada de ese verso de Fito que dice “No sé vivir sólo con cinco sentidos”. Esa soy yo. Sin embargo, después de hacer el balance, estudiar la hoja de Excel, calcular todas las cifras e hiperventilar a toda mecha en la tienda de fotografía, he decidido ya cuál es mi propósito para la nueva temporada: dejarme llevar. Ese es el plan con el que abordo este “año nuevo”. No, amigos, no es dejadez. Es instinto de supervivencia. Y, quién sabe, tal vez la vida me sorprenda.
Amelia Pérez de Villar Herranz
7 comentarios:
Seguro que la vida e va a sorprender muy gratamente con ese cambio de actitud, Amelia. Dejarse llevar es una buena actitud. Tendrás suerte. Ah! Y Feliz cumpleaños :-)
Amelia me ha encantado leerte. Todavía tengo lágrimas en los ojos de la risa "viendo" la situación de la tienda de fotos!!! Que bien sienta la risa en este comienzo de "año". Te leo y me veo reflejada, así que voy a tomar prestado, con tu permiso, tu propósito para hacerlo mío... A ver si nos sale bien! Un beso y feliz cumpleaños!!!
Gracias Susana. Me alegro de no estar sola en el universo. Ya sabes, mal de muchos, epidemia.
Yo antes con el inicio de curso o año,tambien hacía planes que en la mayoría de los casos no cumplía, estoy de acuerdo que lo mejor es dejarse llevar y sobre la marcha cambiar o hacer lo que te apatezca, el paso de los años influye en el hecho de adoptar esta actitud.
hace tiempo que quiero decir que desde que lei esto vivo obsesionada con las katiuskas. quizas mañana..., que creo que va a llover
Qué curioso !!!! a mi me pasó lo mismo, desde que lei el articulo de Amelia tengo unas katiuskas entre ceja y ceja. El otro dia casi caen porque salí con Raquel de compras y eso ya se sabe, tiene su peligro pero el tiempo era casi veraniego asi que las cambié por una camisa y una cazadora de cuero(finalmente la verde Ra). Seguro que con las primeras gotas me lanzó a la calle a por ellas que ya me he imaginado pisando charcos con mis katiuskas nuevas por Madrid. Y es que a mi madre tampoco le gustaban las katiuskas. Y yo pensaba que era la única.........
Mira que sois complicadas... las mías son negras, básicas. Las estrené aquel sábado que llovieron chuzos de punta. Ibamos mi hija Carlota y yo de la mano, mojándonos y metiéndonos en los charcos adrede. Creo que descumplí el último año que he cumplido...
Publicar un comentario