El Chepe

Así se llama la línea ferroviaria Chihuahua-Pacífico que une el desértico norte de México con el Mar de Cortés en el océano. Atraviesa la Barranca del Cobre, donde viven los indios tarahumaras, y navega por las alturas entre peñascos y retazos de cielo. Una experiencia única.
Sale El Chepe de Chihuahua en dirección a Los Mochis: 15 horas para un trayecto de 650 Km. a una media de 43 Km. por hora. En nuestro caso invertimos una semana. Valía la pena detenerse en todos los rincones. La fisonomía del tren anticipaba la singularidad del viaje. Un retroceso a los tiempos de la conquista del oeste: estaciones en medio de la nada, cambios de aguja manuales, curvas interminables, pendientes pronunciadas, túneles de piedra, revisores con pajarita… y para darle un toque actual, policías con recortadas.
El tren es una reliquia de los años 50. Se inauguró en 1961 y, desde entonces, poco ha cambiado. La locomotora es una chimenea cuyo principal cometido es tocar la bocina. El último vagón se cierra con una barandilla que nos transporta a los ferrocarriles del far-west.
El núcleo del viaje es la Barranca del Cobre. Antes se pasa por Ciudad Cuahtémoc, habitada por menonitas. Allí llegaron de Canadá en 1920, tras negarse a educar a sus hijos en inglés. Es curioso ver en pleno desierto mexicano a unos tipos con la bilirrubina por los suelos y hablando alemán del siglo XVII. Es como si los Ingalls (la familia de La Casa de la Pradera) se instalaran en Lepe. Los menonitas se dedican al cultivo de la manzana y, aparentemente, viven bastante bien. Eso sí, sin coches, ni electricidad, ni esas cosas de burgueses.
Cuando el Chepe se adentra en la Barranca del Cobre el paisaje se torna idílico. Multiverde (como los Alpes o las Montañas Rocosas) y vertical como el Cañón del Colorado. Sin embargo, la Barranca del Cobre es más que una maqueta de tren. Es la tierra de los tarahumaras, un pueblo indígena semi nómada con tradiciones milenarias. Los tarahumaras viven en cuevas, se cubren con taparrabos y vestidos de colores, y brincan por las montañas como cabritillas. Situadas en lugares inalcanzables, vemos misiones católicas y viejas minas abandonadas (los españoles primero, y después los americanos, exprimieron las entrañas de la tierra).
La primera parada fue Creel, un extraño pueblo que nació por el milagro del tren y los aserraderos de madera. Nosotros lo utilizamos de campamento base para varias expediciones. Los alrededores ofrecen numerosas sorpresas. La naturaleza es desbordante y se expresa en todas sus tonalidades. Como no estoy puesto en botánica ni en zoología, y desconozco las plantas en peligro de extinción o el perfil de los buitres leonados, me centraré en el viaje a Batopilas, corazón de la Barranca del Cobre.
El repentino calor húmedo delató que habíamos descendido de 2.500 a 400 metros en poco más de 150 Km. Estábamos en Batopilas. Tras 5 horas de coche por caminos infernales, el frío de la montaña se convirtió en sofoco. Mi único recurso fue cortarme los vaqueros a golpe de tijera.
Batopilas se desarrolló gracias a la minería. En su día tuvo 15.000 habitantes, hoy apenas alcanza los 1.000. Entre la estrecha franja del río y una montaña vertiginosa se levanta un puñado de casas que ocupan la parte más baja de la barranca. La decadencia era evidente: minas abandonadas, haciendas en ruinas, hoteles rancios. La imaginación se dispara y el viajero evoca un pueblo minero de principios del s. XIX. Los buscadores de pepitas de oro debieron hacer de las suyas.
En Batopilas nos hablaron de una gran iglesia situada a ocho kilómetros siguiendo el cauce del río. Tras hora y media de caminata apareció la “catedral pedida”. El nombre se lo puso un gringo al “descubrir” la iglesia. Hasta entonces, sólo los lugareños sabían de su existencia. Situada en una planicie con escasa presencia humana, es lo más parecido a una alucinación. No hay consenso sobre su historia. Hace poco la han restaurado con escasa fortuna.
Concluido el periplo por Batopilas, regresamos al tren. Próxima estación: Divisadero. Para los turistas, las vistas más impresionantes del cañón. En unos días, inaugurarán un teleférico. Y de Divisadero a Bauchichivo (otra estación inexplicable) y traslado a Cerocacui. Aquí, el campamento base es una antigua misión jesuita. La excursión a Urique nos levanta el ánimo. A mitad de camino hay un mirador donde se disfrutan las mejores vistas del cañón.
En nuestra última jornada, el tren nos llevó a El Fuerte, ya en la llanura, muy cerca de los Mochis. Lamentablemente, no tuvimos tiempo de coger el ferry y atravesar el Mar de Cortés hasta Baja California. Otra vez será. En esta ocasión, el Chepe y su Barranca del Cobre nos interesaban más que las ballenas. Sin duda, junto a Etiopía y Bahía dos Tigres (Angola) uno de los viajes más espectaculares de mi vida.
Antonio C.

8 comentarios:

ana dijo...

Me muero de envidiaaaaaaaaaa! quiero ir...

Javier Parrondo dijo...

Cómo te lo pasas, Antoñito!!! Disfruta mucho. Yo no tengo tanto exotismo en Suiza, pero también espero que te pases en algún momento. Un abrazo.

RicardoJúlvez(Luanda) dijo...

Antoñito,
De los 3 viajes que mencionas he tenido la suerte de hacer 2; Bahía dos Tigres (gracias a tus recomendaciones), y en Etiopía he estado 3 semanas este verano recorriendo toda la zona norte y vistando las tribus màs escondidas del Omo en la parte sur. Con este artículo me has dado motivos más que suficientes para tratar de igualarte.
Un abrazo.
Ricardo.

Anónimo dijo...

Pues ni te cuento lo de los acantilados de Las Rozas.... ¡¡¡Mecachis!!! como debes estar disfrutando, que envidia. Besos pistolete y familia

Anónimo dijo...

Pasada de fotos y de viaje.
AL

ASM dijo...

Yo tb me muero de envidia asi que Ana, cuando quieras, yo te acompaño a seguir los pasos de Toño. Aunque todavia nos queda Foz de Cunene y a mi tb Etiopia. En fin, no me importará empezar por El Chepe, los viajes en tren siempre me han parecido de lo mas romántico, lo mas cercano a los viajeros del XIX.

Antonio dijo...

Pues nada, ya sabéis animaos.

JAVIER dijo...

Me uno al coro de los envidiosos...lo del tren lo veo más difícil y Angola queda para un futuro mejor pero el asunto Etiopia merece una reunión en Madrid para pedir consejos y no tardar mucho.
Un abrazo desde (un muy poco mítico) Oporto