Las Hijas de la Caridad, en su misión de Ambatoabo en Farafangana, sirven comidas, regentan una escuela y utilizan como clínica una antigua leprosería. Es allí dónde equipos sanitarios realizamos con periodicidad cirugías de enfermedades que sólo se ven tan atroces y abandonadas en estos países.
Tres días de viaje hasta allí, requieren paciencia y los ojos bien abiertos. Existe una parada obligatoria en el camino, el restaurante Iskurna, de Manolo, murciano afincado cerca de Antananarivo, que dejó las misiones por el amor de una nativa. La paella con arroz malgache que sirve éste representa la unión de estas dos culturas. Lo más impresionante, el último tramo del tren que une Fiaranantsoa y Manakara. No ha sufrido reforma alguna desde que lo dejaron los franceses en 1950. Los 182 kilómetros que separan estas ciudades se recorren en 12 horas atravesando selva, pobreza y comercio de calle. Se pueden cambiar 100Ariaris (0,07Euros) por 1kilo de plátanos o por 50 collares. Lo más caro, los 2 euros con los que le compras al maquinista la posibilidad de viajar en la locomotora, viento en cara. De camino a la misión, el último obstáculo que salvar es el río. Resulta divertido tirar de una cuerda para empujar la plataforma flotante que a modo de puente traslada el coche de una a otra orilla.
En la costa sureste de esta isla se sitúa Farafangana, una ciudad de quizás unos 100.000 habitantes bañada por el Índico. Nada turístico, nada que visitar. Si hay que destacar algo, será la catedral, dónde el domingo, canciones, bailes y rezos reúnen a la gente importante de la ciudad. Para nosotros resultó obligado visitar el hospital público: una decente instalación de ladrillo, con poco más que somieres mugrientos y restos de suero manchados de sangre que serán reutilizados con otro paciente. Las tardes en el Tamtam, bar de madera con techo de paja y música malgache, trasmiten paz. Impresiona el reflejo de la luna en el mar con una Coca-cola, Ron local (Dzama) o cerveza, a veces fría. Pero esto resulta casi prohibitivo para la gente de allí: no todos pueden pagar la entrada de 1000Ariaris (0,40Euros) a este local.
La población es joven, bajita y de cara ancha, con mezcla de rasgos africanos y asiáticos. Esta mezcla de culturas impregna todo el país. El económico transporte público, heredado de los asiáticos, es el pousse-pousse: colorido carro de dos ruedas con asiento para dos, cubierto con un techo de lona cuyo motor tiene la potencia del dueño que lo empuja. Allí nunca hace frío, por lo que la moda en Farafangana, permite un estilo libre, cada uno con lo que puede y todos los días igual: camisetas rotas superpuestas, de los Backstreetboys o del Barça, acompañadas con pantalón corto o largo raído. Todo siempre manchado de barro. Descalzos o con chanclas recorren sendas al borde de la carretera cargados con palos, frutas, carbón, ladrillos y con una manta si prevén noche en el camino. Agudizan el ingenio y una especie de pareo hace las veces de falda, monedero o porta-bebés. Comen una vez al día lo que pueden; pero nunca falta el arroz, el plátano o el cacahuete. Cultivan como antaño, arando con una azada artesanal, protegiendo a su animal doméstico, el Zebú, una especie de vaca delgada con joroba, símbolo de riqueza familiar. Viven en casas de madera sobreelevadas para evitar riadas y tormentas, cubiertas con hojas que hacen las veces de techo. Hablan malgache y los privilegiados, francés. Son, lo que pueden ser.
Los limitados recursos técnicos con lo que se trabaja allí, agudizan el ingenio. Y eso también enriquece. Aunque con sinceridad, creo que quitar miomas, amputar tumores, cerrar colostomías, eliminar cataratas, reducir hernias es un parche si siempre somos nosotros los que lo hacemos, sin dejar enseñanza. Es su formación y su educación lo que les hará independientes, si quieren.
Tres días de viaje hasta allí, requieren paciencia y los ojos bien abiertos. Existe una parada obligatoria en el camino, el restaurante Iskurna, de Manolo, murciano afincado cerca de Antananarivo, que dejó las misiones por el amor de una nativa. La paella con arroz malgache que sirve éste representa la unión de estas dos culturas. Lo más impresionante, el último tramo del tren que une Fiaranantsoa y Manakara. No ha sufrido reforma alguna desde que lo dejaron los franceses en 1950. Los 182 kilómetros que separan estas ciudades se recorren en 12 horas atravesando selva, pobreza y comercio de calle. Se pueden cambiar 100Ariaris (0,07Euros) por 1kilo de plátanos o por 50 collares. Lo más caro, los 2 euros con los que le compras al maquinista la posibilidad de viajar en la locomotora, viento en cara. De camino a la misión, el último obstáculo que salvar es el río. Resulta divertido tirar de una cuerda para empujar la plataforma flotante que a modo de puente traslada el coche de una a otra orilla.
En la costa sureste de esta isla se sitúa Farafangana, una ciudad de quizás unos 100.000 habitantes bañada por el Índico. Nada turístico, nada que visitar. Si hay que destacar algo, será la catedral, dónde el domingo, canciones, bailes y rezos reúnen a la gente importante de la ciudad. Para nosotros resultó obligado visitar el hospital público: una decente instalación de ladrillo, con poco más que somieres mugrientos y restos de suero manchados de sangre que serán reutilizados con otro paciente. Las tardes en el Tamtam, bar de madera con techo de paja y música malgache, trasmiten paz. Impresiona el reflejo de la luna en el mar con una Coca-cola, Ron local (Dzama) o cerveza, a veces fría. Pero esto resulta casi prohibitivo para la gente de allí: no todos pueden pagar la entrada de 1000Ariaris (0,40Euros) a este local.
La población es joven, bajita y de cara ancha, con mezcla de rasgos africanos y asiáticos. Esta mezcla de culturas impregna todo el país. El económico transporte público, heredado de los asiáticos, es el pousse-pousse: colorido carro de dos ruedas con asiento para dos, cubierto con un techo de lona cuyo motor tiene la potencia del dueño que lo empuja. Allí nunca hace frío, por lo que la moda en Farafangana, permite un estilo libre, cada uno con lo que puede y todos los días igual: camisetas rotas superpuestas, de los Backstreetboys o del Barça, acompañadas con pantalón corto o largo raído. Todo siempre manchado de barro. Descalzos o con chanclas recorren sendas al borde de la carretera cargados con palos, frutas, carbón, ladrillos y con una manta si prevén noche en el camino. Agudizan el ingenio y una especie de pareo hace las veces de falda, monedero o porta-bebés. Comen una vez al día lo que pueden; pero nunca falta el arroz, el plátano o el cacahuete. Cultivan como antaño, arando con una azada artesanal, protegiendo a su animal doméstico, el Zebú, una especie de vaca delgada con joroba, símbolo de riqueza familiar. Viven en casas de madera sobreelevadas para evitar riadas y tormentas, cubiertas con hojas que hacen las veces de techo. Hablan malgache y los privilegiados, francés. Son, lo que pueden ser.
Los limitados recursos técnicos con lo que se trabaja allí, agudizan el ingenio. Y eso también enriquece. Aunque con sinceridad, creo que quitar miomas, amputar tumores, cerrar colostomías, eliminar cataratas, reducir hernias es un parche si siempre somos nosotros los que lo hacemos, sin dejar enseñanza. Es su formación y su educación lo que les hará independientes, si quieren.
Una experiencia egoísta dónde dejar un poco de tiempo y de trabajo y llevarnos frescos muchos de los valores fundamentales que se nos olvidan entre tanta abundancia
Palomo
Palomo
10 comentarios:
Qué experiencia mas bonita debió de ser a juzgar por tu relato y las magnificas fotos del video! La verdad es que he envidiado tu viaje y la relación tan estrecha que parecíais tener con la gente de Ambatoabo. Supongo que en un viaje así se aprende más que se enseña.....Gracias por contarlo en viernes.
Impresionante Palomo! Tú relato escrito y video son de alto voltaje emocional, como lo eres tú y a la vez me ha taladrado el alma. Y todo expresado con tanta elocuencia y aventura digna de repetir. Ademas has logrado trasmitir esos valores humanos que nos acompañaron en todo momento en ese viaje en donde LA PAZ Y LA FELICIDAD fueron nuestros mejores aliados. Gracias por compartir esos momentos tan inolvidables. Charitoooooooo
Palomo, cada ser humano es único.
Tú eres de los pocos que van más allá. Me sienta bien quererte por lo que haces.
Suspiro y...cuánto te entiendo...
Perdón! nos entendemos...
Laura
Es que, para el que no lo sepa, aqui hay mucho corazon!!!
Gracias Doctor Palomo
Hay muchas formas de conocer mundo, de conocer gente y de conocer los problemas de los paises. Luego, hay otra forma de estar en el mundo que es no fijarse en lo que pasa lejos de nosotros. Por eso está bien que nos lo acerquen. ¡qué bonitas fotos! ¡que bonito video, Walter! y que bien escrito y contado!
Me entanta, tu historia y tus fotos.
Tienes mucha suerte.
Mª Luisa
Una vez más puedo comprobar lo que disfrutas con estas experincias. En este viaje percibí que estabas tan integrado que pensé: "ya tengo un destino para las próximas vacaciones"
Qué bonito el video y la experiencia.!!!
Es un lujo tener a personas como tú en la familia.Disfruto con los comentarios y colaboraciones de hijos y sobrinos ¡Qué suerte!.
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