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Van Gogh y los colores de la noche


Del 13 de febrero al 7 de junio
Van Gogh Museum Amsterdam
"A menudo me parece que la noche es mucho más viva y rica en colores que el día" (Van Gogh, 8 de septiembre de 1888)

Según la leyenda, Vincent van Gogh (Groot-Zunder, Holanda, 1853; Auvers-sur-Oise, Francia, 1890) se tocaba con un sombrero lleno de velas encendidas para pintar de noche. Tal era su necesidad de captar los tonos cambiantes de la luz, que ni siquiera las tinieblas le obligaban a cerrar su caballete. Vincente Minnelli plasmó esa escena mítica en su película sobre el pintor (El loco del pelo rojo) poniéndole al actor Kirk Douglas un gorro chorreante de cera caliente en la cabeza.
El museo que lleva el nombre del artista holandés en Ámsterdam no ha podido comprobar la veracidad de la historia, pero sí que ha conseguido un objetivo largamente acariciado: reunir por vez primera en una exposición los cuadros nocturnos del genial pintor, con el más famoso de todos ellos, Noche estrellada, como absoluto polo de atracción.
La muestra se divide en cuatro bloques temáticos en los que se abordan otros de los temas favoritos del artista, eso sí, centrándose en sus interpretaciones nocturnas. En Paisajes durante la puesta de sol podremos descubrir cómo Van Gogh se basa en la tradición pictórica francesa para reinterpretarla elaborando sus peculiares propuestas de pincelada nerviosa e infinita gama cromática. Vida campesina se centra en las obras de ambiente rural realizadas en Neumen y La voz del trigo nos muestra su pasión por el momento de la siembra y la recolección, que se materializa de forma magistral en las tres versiones de El sembrador que se han reunido en la exposición. Para finalizar, La poesía de la noche, el último de los cuatro bloques temáticos, es donde se enmarcan las representaciones de noches estrelladas, donde el artista logra transmitirnos sentimientos de grandeza y eternidad mediante enormes cielos de proporciones infinitas; mostrándonos una naturaleza inabarcable y logrando captar los efectos lumínicos y ambientales propios de la noche, en la que el artista encontraba la paz, la inspiración y el momento idóneo para trabajar.


WALKER EVANS

Fundacion Maphre. Madrid
Hasta el 22 de marzo

Un anuncio de Coca Cola, el banco de una calle cualquiera, las barberías para la "gente de color", una señal de tráfico, la mirada perdida de los viajeros del metro de Nueva York... Cualquier cosa atraía la mirada áspera y desnuda de Walker Evans (1903- 1975). Como el espíritu que transita las novelas de William Faulkner, el creador de la fotografía documental supo retratar como pocos el silencio y el vacío de la sociedad estadounidense, lanzar una mirada directa a los hechos y a los objetos que hicieron a Estados Unidos atravesar la tormenta del New Deal y caminar hacia el imperio que hoy se replantea.
Poco amigo de difundir su imagen, la exposición arranca, sin embargo, con tres raros autorretratos de Evans realizados a finales de la década de los veinte. Después vendrán las fotografías en blanco, que lo convirtieron en el gran retratista de la América profunda, cargada de melancolía y misería, un país herido por el paro y el hambre que siguió a la Gran Depresión de 1929. Imágenes que adquieren a la vista de la que está cayendo una insólita actualidad. Se ve en sus gasolineras, en las humildes viviendas de los mineros, en las montañas de herramientas destinadas a abrir contenedores, trabajadores que contemplan el horizonte (nunca miran a la cámara) con profunda tristeza.
Son gestos y rostros capturados por Evans con diferentes cámaras, pero siempre en blanco y negro. Hasta el final de sus días, cuando, muy condicionado físicamente, se adentró en el color de la mano de la ahora difunta Polaroid.

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