Via Monte Santo, 69.
Cernobio. Como. Italia
Suelo callejear mucho. Acostumbro a husmear en cada uno de los rincones que a mi paso encuentro en cada paseo, en cada escapada, en todos los viajes de corta, media o larga distancia que con tanta pasión llevo a cabo.
Cernobio. Como. Italia
Suelo callejear mucho. Acostumbro a husmear en cada uno de los rincones que a mi paso encuentro en cada paseo, en cada escapada, en todos los viajes de corta, media o larga distancia que con tanta pasión llevo a cabo.
Así que tengo una extensa lista de
sitios especiales. Algunos recónditos, otros no tanto. Alguno realmente único en
la costa croata y montenegrina. Otro al que siempre regreso en el interior de
Maine o algún trozo de paraíso que siempre me reservo en Menorca.
Pero en esta ocasión, mi pequeño
homenaje a este establecimiento cercano al lago di Como era casi obligado. Los
motivos son esencialmente personales. Muy personales. Y es por ello que jamás
olvidaré aquella cena en Il Gatto Nero. Porque forma parte ya de ese
collage que vas haciendo a retazos a lo largo de los años.
Recorrimos en vehículo durante una
veintena de días la costa azul francesa, los Dolomitas italianos, Trentino
Alto-Adigio, Valle de Aosta, Piamonte, Veneto, Emilia-Romagna... En fin, desde
Trento y Bolzano hasta Bolonia, parando en infinidad de pequeños pueblitos de
una belleza indescriptible. Los lagos, por supuesto –Iseo, mi favorito-, Garda,
Como… Y aquí me detengo.
Y lo hago en una pequeña población
justo encima del lago de Como de nombre Cernobbio, rodeada de villas de
exuberante vegetación y unas vistas que te cortan la respiración. Aquí se
encuentra el restaurante del que hoy os quiero hablar.
Si llegas en coche, deberán
acompañarte hacia una pequeña explanada, donde lo aparcarás y te recogerá una
furgoneta del local, ya que, debido a la estrechez de la carretera, se hace casi
imposible el tránsito de vehículos.
Ignoro cómo será en la actualidad la
calidad de la carta –han pasado unos cuantos años y en restauración hay que
tenerlos en cuenta-, desconozco si la pasta fresca al tartufo mantendrá su
textura y sabor. Tampoco sé si el servicio seguirá siendo igual de atento y
eficiente. Ni siquiera si los vinos de las comarcas colindantes seguirán
ocupando un lugar privilegiado en la carta.Es muy probable que se haya
convertido en un punto turístico de recurrente visita. Da igual. No importa.
Porque de lo que no me cabe ninguna
duda es de la inmortalidad de las vistas que desde su coqueta terraza se
contemplan. Eso, queridos, seguro que permanece. Y son, sin ánimo de exagerar lo
más mínimo, demoledoramente imbatibles.
Esa noche, con él, con mi cuerpo de
seda sobre unos vaqueros y mi copa de vino fueron suficientes para inmortalizar
una estampa de absoluta felicidad. Nuestro reflejo en las aguas del lago Como
aquellos días de principios de septiembre de aquél año lo he conservado en mi
retina hasta hoy. Y por mucho tiempo más, me temo.
Algunas de vosotras pensaréis que
hoy quizás esté atacada por alguna ráfaga de esas cursis de viento que de vez en
cuando nos azota. Puede. Pero no he sabido expresarlo mejor.
Incluso en casa, al recordarlo, se
me quedan las palabras atascadas. Acabaremos regresando. Pero lo vas aplazando
una y otra vez por el temor que supone romper el encanto. Suele pasar.
Así que os recomiendo que os
acerquéis y me lo contéis vosotros. Será mejor. Estoy segura, sí. Por si acaso.
Eva Miquel Subías
3 comentarios:
Ay!!!!!!!!!! No... lo malo es que no parece cursi. Sólo da envidia. Porque transmite la felicidad de los momentos mágicos que construyen algo más que el escenario. El momento, supongo. La compañía...
Efectivamente. Y por ese motivo no quiero volver. Porque intuyo que no sería lo mismo.
Hay momentos, en la vida de cada uno de nosotros, únicos e irrepetibles.
Que bonito el lago, yo he tenido la suerte de verlo con un amigo italiano que vive allí. Un buen destino para verano. Luego estuve en invierno y todavía es mas bonito. Excepcional la vista del lago con las cumbres nevadas.!!'
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