El territorio de la Reina Calafia se conoce hoy como California. Allí llegaron los españoles buscando una isla rica y poblada por mujeres negras de gran estatura. Sin embargo, sólo encontraron cactus, desierto y tribus indias que vivían en la prehistoria. Nada parecido a Tenochtitlán ni a las desarrolladas civilizaciones Mesoamericanas. Las tierras septentrionales dejaron de interesar.
Tras los conquistadores, se recurrió a la evangelización. A finales del siglo XVII, los jesuitas fundaron en Loreto la primera misión. Desde allí se construyó El Camino Real, proyecto de unificar California a través de las misiones. Expulsados los jesuitas en 1767, la obra fue continuada por franciscanos y dominicos. Sin embargo, poco se evangelizó. Aquello era literalmente predicar en el desierto. El escaso público murió contagiado de enfermedades ajenas.
México heredó de Nueva España la Alta y la Baja California, habitadas por un puñado de californios concentrados en torno a los establecimientos religiosos. El poco entusiasmo mostrado por México en aquellas tierras permitió la conquista de la Alta California por los EEUU. Así ocurrió en 1848 tras una guerra con tintes de estafa. Los meapilas del Mayflower alcanzaban el Pacífico y culminaban la conquista del oeste. México perdió la mitad de su territorio: Texas, Nuevo México y la Alta California. Avergonzados por el engaño, los EEUU dejaron a los mexicanos la península de la Baja California.
Hoy, las dos Californias están divididas por un muro. Una especie de cordón sanitario que separa dos mundos: el desarrollo, del subdesarrollo; el orden, del caos; las carreteras, del desierto; San Diego, de Tijuana. Un viaje apasionante de Los Ángeles a Los Cabos me sumergió en ambas realidades: 2.000 kilómetros en tren, tranvía, a pie y en coche.
El tramo en tren correspondió al trayecto LA- San Diego, ciudades conectadas por la “línea surfer”. Poco queda de la etapa hispana, salvo algunas misiones y los nombres de ciudades y pueblos. En L.A destaca el “glamour” de la calle del teatro Kodak, comparable a la madrileña calle Carretas en sus tiempos gloriosos. Me sorprendió el buen ambiente de West Hollywood y disfruté del paseo en bici por Santa Mónica y Venice Beach. Lo más singular, la Catedral de Moneo donde se venden nichos a precios asequibles.
En la tranquila y aburrida San Diego, el atractivo se reduce a un clima benigno y a una bahía tomada por portaviones, submarinos y yates. A pesar de encontrarnos a unos kilómetros de Latinoamérica, no se ve rastro de un mundo hispano escondido en las cocinas de los restaurantes y en las casas de los más pudientes. El color latino salió a nuestro encuentro en el tranvía que nos llevaría a la frontera. Los caucásicos optaban por la dirección contraria.
La sensación de cruzar la frontera a pie es extraña. Del lado mexicano, filas interminables de gente a pie o en coche. En la salida de EEUU, el control se limita a dispositivos para impedir retroceder. Ni un solo policía. Un chollo para las armerías norteamericanas y los narcotraficantes mexicanos.
Concluido el periplo por la Alta California, en Tijuana comenzamos la “road movie” por la Baja California. La península es atravesada por la Transpeninsular, carretera mítica que une los 1.700 kilómetros de Tijuana a Los Cabos.
La Transpeninsular transporta a emociones indescriptibles. Una ruta zigzagueante conduce del salvaje Océano Pacífico al embaucador Mar de Cortés entre desiertos, montañas, volcanes, salinas y planicies interminables salpicadas de cactus. Un paisaje inquietante, casi fantasmagórico. Lo único real eran unos cuantos pueblos hechos de uralita y hormigón. Las guías comparaban los paisajes del Mar de Cortes con los cuadros de Dalí.
Salir de la Transpeninsular parece un viaje a través del tiempo. Algo así debía de ser la Alta California hace 100 años: un valle vinícola, bahías multicolores repletas de ballenas apareándose, misiones de película en enclaves semi-abandonados y pinturas rupestres con 7.500 años de antigüedad.
En un hotel de Todos Santos, en Baja California, se inspiraron Los Eagles para su mítica canción “Hotel California”. Sus inquilinos son gringos colgados del mito de la Reina Calafia que creó Garci Rodríguez de Montalvo a principios del S XVI. Un poco más al sur se llega a Los Cabos. Fin del trayecto. Allí sestean media docena de cuerpos ansiosos de sol. No son lagartos. Son guiris.
México heredó de Nueva España la Alta y la Baja California, habitadas por un puñado de californios concentrados en torno a los establecimientos religiosos. El poco entusiasmo mostrado por México en aquellas tierras permitió la conquista de la Alta California por los EEUU. Así ocurrió en 1848 tras una guerra con tintes de estafa. Los meapilas del Mayflower alcanzaban el Pacífico y culminaban la conquista del oeste. México perdió la mitad de su territorio: Texas, Nuevo México y la Alta California. Avergonzados por el engaño, los EEUU dejaron a los mexicanos la península de la Baja California.
Hoy, las dos Californias están divididas por un muro. Una especie de cordón sanitario que separa dos mundos: el desarrollo, del subdesarrollo; el orden, del caos; las carreteras, del desierto; San Diego, de Tijuana. Un viaje apasionante de Los Ángeles a Los Cabos me sumergió en ambas realidades: 2.000 kilómetros en tren, tranvía, a pie y en coche.
El tramo en tren correspondió al trayecto LA- San Diego, ciudades conectadas por la “línea surfer”. Poco queda de la etapa hispana, salvo algunas misiones y los nombres de ciudades y pueblos. En L.A destaca el “glamour” de la calle del teatro Kodak, comparable a la madrileña calle Carretas en sus tiempos gloriosos. Me sorprendió el buen ambiente de West Hollywood y disfruté del paseo en bici por Santa Mónica y Venice Beach. Lo más singular, la Catedral de Moneo donde se venden nichos a precios asequibles.
En la tranquila y aburrida San Diego, el atractivo se reduce a un clima benigno y a una bahía tomada por portaviones, submarinos y yates. A pesar de encontrarnos a unos kilómetros de Latinoamérica, no se ve rastro de un mundo hispano escondido en las cocinas de los restaurantes y en las casas de los más pudientes. El color latino salió a nuestro encuentro en el tranvía que nos llevaría a la frontera. Los caucásicos optaban por la dirección contraria.
La sensación de cruzar la frontera a pie es extraña. Del lado mexicano, filas interminables de gente a pie o en coche. En la salida de EEUU, el control se limita a dispositivos para impedir retroceder. Ni un solo policía. Un chollo para las armerías norteamericanas y los narcotraficantes mexicanos.
Concluido el periplo por la Alta California, en Tijuana comenzamos la “road movie” por la Baja California. La península es atravesada por la Transpeninsular, carretera mítica que une los 1.700 kilómetros de Tijuana a Los Cabos.
La Transpeninsular transporta a emociones indescriptibles. Una ruta zigzagueante conduce del salvaje Océano Pacífico al embaucador Mar de Cortés entre desiertos, montañas, volcanes, salinas y planicies interminables salpicadas de cactus. Un paisaje inquietante, casi fantasmagórico. Lo único real eran unos cuantos pueblos hechos de uralita y hormigón. Las guías comparaban los paisajes del Mar de Cortes con los cuadros de Dalí.
Salir de la Transpeninsular parece un viaje a través del tiempo. Algo así debía de ser la Alta California hace 100 años: un valle vinícola, bahías multicolores repletas de ballenas apareándose, misiones de película en enclaves semi-abandonados y pinturas rupestres con 7.500 años de antigüedad.
En un hotel de Todos Santos, en Baja California, se inspiraron Los Eagles para su mítica canción “Hotel California”. Sus inquilinos son gringos colgados del mito de la Reina Calafia que creó Garci Rodríguez de Montalvo a principios del S XVI. Un poco más al sur se llega a Los Cabos. Fin del trayecto. Allí sestean media docena de cuerpos ansiosos de sol. No son lagartos. Son guiris.
Antonio C
17 comentarios:
¡Ay qué ganas de ver el video!! y de ir...
NO SE PUEDE VER EL VIDEO!!!! MARTA CRUZ
Era para ver si os animabais a dejar algun comment!!! :-) Que no !!! Yo si lo puedo ver pero estamos en ello.
Permanezcan atentos a sus pantallas.
Paciencia, paciencia que todo llega
Qué bonito video Walter !!!! me gusta ese aspecto de peli casera antigua. Y la versión de Hotel California mola mucho tb. Thanks!!!
Gracias a Sony music por su colaboración. En cualquier caso, Kevin Johansen mola más.
Viendo esto me dan ganas de alquilar una Westfalia(destartalada para mayor emoción) y recorrer la ruta 66 escuchando The Offspring y The Doors a todo volumen.....sueños.
UFFFF!!!!! Qué chulo!!!! qué ganas de estar allí....gracias por el video! MARTA CRUZ
A todos los "vierners": cuando queráis estáis inviatdos a México
Bonito cuento, qué bello lugar, qué lejano y exótico suena. Y la versión de los eagles, muy padre!!!
Tete.
Amparo ¿ya tienes el vestido para recoger el Oscar? Esta peli se lleva todas... ¡Walter te lo advierto! Flipante todo. Y la música, ¡no la pudisteis elegir mejor!
Sigue escribiendo Antonio!! Qué recuerdos de mi año y pico en la frontera aunque yo recorrí la parte atlántica!! Cuidate y seguimos echandote de menos en el futbol!! Jaime
Excelente. Muy interesante Antonio, me sonaban algunas cosas que me contaste.
Lo de la reina te lo acabas de inventar. Yo estaba convencido que California era Horno Caliente ( Cali-Fornia ) y como ademas: "...it never rains in California", me lo habia creido. Muy bien escrito, de casta le viene al galgo, pero nos dejas con ganas de mas. Explayate y cuentalo todo.
Q no joder q lo de la Reina es verdad. Fueron ese tipo de mitos (El Reino de Birú, Reino de Paititi, El Dorado, el Reino de la Reina Calafia...) lo que movieron a los españoles a la conquista.
Y yo en el mato de Mavinga!!!!!!...
qué chulo,quiero ir....!
Muchas gracias Toño por compartirlo con todos, gracias también a Walter por el video.
Ra
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